WISKAS

“Supongamos que su alma ha reencarnado en el cuerpo de una rata. Una rata de letrina, que tendrá que cumplir todas sus funciones naturales: buscar alimento, huir de depredadores, cavar una cueva o una red de ellas instalada en medio de una conspícua oscuridad. El reencarnado sin dudas logrará hacer todo aquello e incluso mas: fornicar gozozamente, procrear para cumplir su biológico deber, envejecer y morir, gracias a toda un variado repertorio de herramientas naturales: garras para cavar, colmillos para roer, patitas para desplazarse, todo una mágica serie de atributos que comienzan a ser usados apenas al nacer, cuando sin saber cómo ni porqué logramos hallar un pezón materno cercano y mamamos hasta la saciedad por unos cuantos días. En apenas 20 de ellos sorprende al animalillo el momento de hacerse independiente en aquel hábitat tenebroso e irregular. En tal oscuridad el sentido de la vista no será de mayor utilidad, y es entonces cuando el bicho descubrirá el gran valor biológico de su esplendoroso bigote, cuyos pelillos (whiskers o vibrissae) se alargarán prolificamente alrrededor del hocico para formar un verdadero ”abanico”, cuyo contorno siluetéa maravillosamente el cuerpo del animalillo, e incluso alcanzará bastante mas allá de ese contorno, desplegando desde el pequeño hocico un verdadero enjambre de antenillas o radares pilosos, que a cada milisegundo enviarán a su cerebro información fidedigna de todas clase de hoquedades y cuevas por donde el roedor necesitará aprender desplazarse -incluso a gran velocidad- sin desbarrancarse, sin “salirse de la pista” ni estrellarse con un invisible pero contundente objeto fijo que bien podría causar daño a sus salientes ojillos, y toda clase de contusiones. Uno podría imaginar un juego computacional llamado “la carrera del ratón” que la pantalla del ordenador simulase toda clase de las visicitudes y obstaculillos que son usuales en la asquerosa vida de un roedor de albañal, obligado a moverse velozmente por toda clase de rutas, peligros, repentinos obstáculos y apagones que el jugador tendría que ir evitando con la máxima habilidad para acumular puntos y llegar a coronarse como campeón. Quizás no sería una mala idea de negocios, verdad? Y en todo aquel maremagnum de estrategias para sobrevivir, el exótico bigotillo dejaría de ser un simple capricho anatómico, sino un valiosísimo sistema sensorial que informa al animal con la mayor minuciosidad de de las caprichosas sinuosidades del entorno, que serán de gran valor para recorrer con éxito y rapidéz aquellos sinuosos caminos, en lugar de andar dándose cabezazos, y causándose toda clase de lesiones dañinas”
Con viváz expresión en su rostro , así discurría el bigotudo Van Der Loos hablando del significado de sus investigaciones de entonces, que con ocasión del té vespertino, varios estudiantes de neurociencias del Hospital Maudsley compartimos una ya otoñal tarde londinense, antes de que cada quien regresase a, la biblioteca, laboratorio o cubículo donde cada quien se esforzaba por encontrar responder alguna rigurosa pregunta científica, antes de que terminásemos compartiendo nuevamente un rato social en el Pub mas cercano, donde chocaríamos nuestras respectivos jarras con alguna de las diversas y escabrosas cervezas disponibles a la sazón: lager, ale, keg, o la negrísima, amarga y deliciosa guiness que con el tiempo cada quien aprendía a disfrutar en aquel ambiente alegre y acogedor del “common room”, donde en ocasiones especiales sonaba la música y rondaba el baile anglicoso -rock y reggae, por ejemplo - hasta las 10:00:00 PM (GMT) exactamente, como mandaba la Ley y su inexolable campana. De haber sido una tarde de viernes quizás alguno de aquel bucle de creativos habría sugerido continuar un rato mas la juerga en algún club local de teatro donde la parranda, y a veces alguna presentación de jazz vivo bastaría para robarle un par de horas al espíritu del rigor de la Ley, y entonces poder disfrutar la música de bandas locales, en donde no era raro encontrar a alguno de aquellos compañeros de trabajo ofreciendo su mejor sudor para hacer sonar su propio instrumento melodioso, armónico o percusivo.
Van Der Loos había llegado por allí esos días como parte de un animado grupillo de escandinavos suizófilos que por varios veranos tomamos por costumbre visitarnos en esta o en la otra punta del camino. El padre de Nicole, su graciosa compañera, poseía un modesto viñedo en una colina del lago de Ginebra, con su correspondiente bodega, desde donde, botellas en mano, soliamos trepar hasta la terraza aledaña, con vista sobre el lago de Ginebra, donde nos embelesábamos conversando animadamente sobre todos los vericuetos de la vida mientras disfrutanbamos el mas esplendoroso vino blanco delicadamente espumoso que existía sobre la aquellas tierras.
Entretanto nuestra mente seguía un poco embobada en aquella fantasía de clara inspiración kafkiana , suponiendo que una improbable rendijilla de luz, y un maloliente espejo de aguas negras nos daría ocasión para divisar la nueva apariencia de nuestro héroe: un hociquillo bien dentado, dos ojillos vivaces, cuatro patitas saltarinas, una bola algodonosa por cuerpo, y aquellos maravillosos bigotes, cuya ventajas de inmediato comenzábamos a percibir a medida que aprendíamos a trasladarnos en la imaginada y sinuosa oscuridad que la graciosa fantasía de nuestra eventual reencarnación en cuerpo de roedor había teido la virtud de hacernos comprender el portento sensorial de aquellos bigotillos-radares que tan indispensables nos iban a resultar en nuestra eventual nueva vida de rata roñosa y cañeril.